domingo, 18 de julio de 2010

Reflexiones de un escritor latinoamericano




Reflexiones de un escritor latinoamericano
(Ensayo que será presentado en JallaRío-2010: primera entrega)


Por Humberto Alexis Rodríguez(1)



El artista puede pasar a otro significante: si es escritor hacerse cineasta, pintor, o, por el contrario, si es pintor, cineasta, o desarrollar interminables discursos críticos sobre el cine, la pintura, reducir voluntariamente el arte a su crítica. El artista puede también dejar la escritura y someterse a la significancia de la misma, hacerse sabio, teórico intelectual, hablar para siempre desde una zona moral limpia de toda sensualidad de lenguaje; puede también anularse, dejar de escribir, cambiar de oficio, de deseo.


El placer del texto…. Roland Barthes.


Resumen

A partir de un título hurtado en un texto de Fonseca (2) se intenta a continuación trazar un recorrido por uno de los imaginarios del escritor -del intelectual- latinoamericano: la no-literatura (3) . En el marco de un bicentenario que se vocifera como un nuevo llamado a la mayoría de edad (4) , se analiza la historia de una escritura desarraigada de su centro literario, huérfana de grandes relatos. A la trama novelesca suceden forman proteicas pero escurridizas. A continuación se analizan dos ejemplos de tal fenómeno: Diario de un Libertino (2003), de Rubem Fonseca, y Literatura nazi en América (1996), de Roberto Bolaños.

El desgarramiento de las formas


¿Cómo acercarse a la literatura en una época que se define ante todo como productora de nuevos lenguajes o cuando se desdibujan las propuestas tradicionales del cuento y de la novela? Existe, por un lado, una literatura, que desarraigada de las formas tradicionales del relato se ajusta en un marco de libertad y anarquía a los paradigmas estéticos más aguzados de la cultura actual; por otro, una opción, una posibilidad de expresarse a través de la negación.

Mientras en la mayoría de las formas de la literatura que entran en el canal comercial -las más leídas-, p. e. los ciclos de Harry Potter o la saga de Crepúsculo, se mantiene una serie de clichés y estereotipos narrativos, en los nuevos lenguajes de la literatura, a veces subterráneos, a veces subrepticios, se reconfigura el tiempo, se combinan los medios (cine, literatura), se fragmenta la historia, se dispersa el relato… La huella hay que seguirla con cuidado pero pasa de la tradición de las vanguardias y las tradiciones más irreverentes y significativas de la novela del siglo XX y llega hasta las propuestas narrativas del hiperrealismo más actual, cuyos ejemplos salientes serían Coetzee, Tabucchi, Baricco, Oé, Roth y, en el contexto latinoamericano, Bolaño (5) : éstas son propuestas subversivas, que pueden incurrir incluso en no resultar divertidas a riesgo de su experimentalismo.

En estas obras subyacen, como se evidencia en Vila-Matas, Bolaño, Fonseca, Serrano, Burgos Cantor, unas preguntas sobre qué narrar, a quién narrarle, cómo contar la historia sin correr el riesgo de convertir la historia en un remedo o no narrar en absoluto (6) ; son, en suma, obras que no se dejan vender o no se dejan incorporar fácilmente a ningún canon, pues se instalan en el filo de la duda permanente, del temblor, de la ironía y la mordacidad: al borde del más desolador desencanto. En fin de cuentas, ¿qué puede decir el hombre después de Auchwitts, después de la Segunda Guerra Mundial? ¿Qué historia contar después de la violencia que no sea caer en los lenguajes de la dispersión, la desaparición? ¿A quién está dirigida esta literatura, si es que está dirigida a un dado lector? ¿Cómo poder hablar después de la barbarie que ha querido exterminar lo humano?

Hoy el poeta y el novelista sobreviven trasuntados de cronistas, periodistas, articulistas; en el mejor de los casos de ensayistas, pedagogos y críticos literarios; en el peor, en el más frecuente, de policías, de sabuesos, de verdaderos maleantes, de tipos abandonados al margen, con merecimiento.

A distancia de las grandes reflexiones de Sábato (en Abbadón, el Exterminador) sobre las relaciones del arte y la sociedad; alejados (por un acto de displicencia) de los manifiestos de una literatura engagé, la escritura se pliega a la moda de la tiranía de las ediciones en recuile. Pero vamos de la frivolidad y el efectismo de la epifanía a la rimbombancia de la crítica literaria. Ella misma, la obra literaria, se mimetiza bajo la forma de algo más intelectual, más crítico, más pensante. Tras renunciar a la posibilidad de narra, la novela (el nombre persiste mas no el concepto de aquello que por novela entendimos asociado a una trama novelesca) se lanza a la búsqueda de un relato inexistente, en busca del autor absolutamente fantasma, de un simulacro.



Comentarios a pie de página

1Profesor de Literatura, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: halexisrr@yahoo.es

2 Me refiero al título de la novela de Rubem Fonseca, Grandes emociones y pensamientos imperfectos (1988), policíaco oscuro en cuya trama el detective es un fallido guionista que trabaja con la idea de hacer una versión fílmica de Caballería Roja, la novela de Babel, y con la idea fija en que ha hallado la novela póstuma del escritor ruso que murió en las cárceles estalinistas dejando solo dos pequeñas piezas de su incuestionable talento.

3 No-literatura, término afín al no-word usado hace medio siglo por Samuel Beckett, para aludir a una literatura sin palabras.

4 La mayoría de edad, el término usado por Valencia Goelkel para referirse a la historia de la novela latinoamericana que a partir de 1960, a partir el Boom, encuentra su lenguaje, su identidad, sus temáticas propias.

5 Coetzee, Diario de un mal año; Tabucchi, El nocturno hindú; Baricco, Seda; Oé, Arrojad las semillas, fusilad los niños; Roth, La mancha humana; Bolaño, Los detectives salvajes.

6 Aludo a Diario de un libertino, de Fonseca; a Bartleby & Cía, de Vila-Matas; a Tamerlán, de Enrique Serrano; y a La ceiba de la memoria, de Burgos Cantor.

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