domingo, 12 de septiembre de 2010

Reflexiones de un escritor Latinoamericano. Segunda entrega




Grandes emociones y pensamientos imperfectos

Reflexiones de un escritor latinoamericano


(Ensayo que se presentó en JallaRío-2010: Segunda entrega)


Por Humberto Alexis Rodríguez



Link primera entrega:
http://flordecoleridge.blogspot.com/2010/07/reflexiones-de-un-escritor.html

La escritura postergada

En el Diario de un libertino, el narrador, Rufus, un escritor de novelistas policiacas, autor de cinco piezas de mediano reconocimiento, ha decidido cambiar de género y ahora escribe un diario en el que como afirma desde un primer momento, no se propone escribir las trivialidades de su vida cotidiana, sino una crónica de de su pensamiento, de sus grandes ambiciones intelectuales, a la par que pone en orden su empresa de escribir una nueva obra, esta vez sí una gran pieza de orden histórico o quiza una Bildungsroman. Sin embargo, si algo se evidencia de inmediato a lo largo de esta crónica libertina es el advenimiento en su texto del prosaísmo de la cotidianidad. En esta aventura cuyo eje central es el ir y venir del protagonista entre sus amantes (Henriette, Lucia, Clorinda...), en esta saga donjuanesca en donde la novedad de la carne se convierte en la monotonía de la vida conyugal, la escritura se pervierte, se difumina, se vuelve algo cada vez más lejano e imposible.

Síndrome de Zuckermann , lo reconoce. "Prefiero que las personas que conozco no hayan leído mis escritos, sobre todo después de descubrir que soy una irrecuperable víctima del síndrome de Zuckerman" (Fonseca, 2003). Dolorosa certidumbre de que la escritura es ya una tarea sin sentido, "los lectores aman las novelas gruesas, así sea apenas para colocarlas en el estante" (Fonseca, 2003, p. 35), de ahí que resulte necesario, incluso, escribir un diario de poca monta, en reconocimiento al absurdo de esta tarea.

Esta convicción del bajo rango de los escritores se acentúa, se vuelve cada vez más ácida. La idealización de los escritores y la fama de la literatura solo es posible en una sociedad de valores publicitarios. "...esos fans que escriben a los escritores son todos peligrosos". Una nota del diario a propósito de Clorinda, quien le escribió un email, revela su posición sobre el valor de la literatura: "... un sujeto me envió una carta diciendo que había seguido mi ejemplo y abandonado su empleo y su familia para dedicarse a la literatura. El tipo estaba loco, no he abandonado ninguna familia, la familia me abandonó a mí. ¿Y qué mierda de dedicación es la mía? ¿Cinco libros? Las mujeres son todavía peores. Idealizan al idiota que escribe, se enamoran de un mito, esperan que él haga concretos sus delirios alegóricos. Los escritores son malos amantes, malos amigos, mala compañía." (Fonseca, 2003, p. 46)

Esta carrera sin freno hacia el abismo va acompañada de un cada vez más intenso descreimiento, un escepticismo cada vez más irreversible en torno a la imposibilidad de darle sentido a la literatura: "La única literatura digna es aquella que asombra al lector, y esa nadie la compra. Los lectores aman los temas manidos." (Fonseca, 2003, p. 54)

En este diario de un libertino, hay también una crisis de aquella idea de la escritura como un ejercicio denodado, al cual se vuelve una y otra vez, puliendo cada frase, cada palabra. El libertino del que hablamos no solo escribe en computador, sino que declara que prefiere no leer lo que ha escrito: "Cuando abro el archivo y el texto aparece en pantalla, inmediatamente aprieto las teclas control+end y veo solo las últimas palabras del archivo abierto" (Fonseca, 2003, p. 62).

Libertino se da ya en el aspecto de la promiscuidad del personaje, pero también en la promiscuidad del escritor que renunciando a las rigideces de la novela tradicional se deja seducir por un género en donde impera el acontecimiento accidental, las minucias de una vida de devaneo. Promete un diario de cosas profundas pero se gasta la mitad de su espacio describiendo problemas de bragas y calzones femeninos. "Al escribir una novela el sujeto se involucra de tal manera que pierde el deseo de redactar otras cosas, así se trate de mensajes electrónicos. Pero no puedo dejar de vagabundear por las calles. Soy un andariego compulsivo, me paso las horas recorriendo los rincones de la ciudad ." (Fonseca, 2003, p. 45)

“Todo ya ha sido escrito”, sobre todo cuando el libertino piensa remedar la estructura de una Bildungroman al estilo del Flaubert de La educación sentimental, en un párrafo que concluye con un paréntesis que dice: “(recordar que debo borrar luego este párrafo)”. Lo llamativo es que lo que leemos es el borrador del texto, el borrador de la novela, los apuntes que justamente nunca fueron borrados y la obra brilla por su ausencia. Si Vila-Matas escribe un ejercicio en torno al síndrome de Bartleby (en Bartleby y Cía), y hace un recorrido por el universo de los no escritores, de los escritores suicidas, de los que prefirieron el tráfico de armas sobre la poesía o el silencio, o el olvido o la burocracia o negar su obra, la opción del Zuckermann latinoamericano (José Zuckerman es el falso nombre que da cuando piensa colarse clandestinamente en un manicomio, bueno en una casa de reposo) no es que no quiere escribir sino que no puede, se aburre, se cansa; va de Balzac a Flaubert, en particular de las reflexiones que estos en su momento hicieran en torno a la relación entre esperma y escritura; del pesimismo de Schopenhauer o de Cioram al humor crítico de Kundera; de la promesa postergada de una novela pasamos a un tono sin lugar a dudas ensayístico, cuando para referirse a su síndrome reseña sin ambages la obra de Roth, comenta a Kundera, cita a Melville y a Vila-Matas; relaciona a Goethe y a Kierkergaard. Rufus en su diario no tiene ningún problema en combinar algunas noticias sobre la posibilidad de amar en la promiscuidad, algunas preocupaciones de origen biológico sobre la disminución generalizada en la sociedad contemporánea de la producción el número de espermatozoides del hombre promedio con alguna reflexión ligera sobre la manera como Choderlos de Laclos, Eça de Queiroz o Pessoa han evadido y jugado con la posibilidad de separar su biografía de su obra. Su promiscuidad, esa galería de textos, de lectoras en donde descuellan por igual Conrad o Bachtine, tiene en este ejercicio un punto central: hacer literatura diciendo justamente “esto no es literatura”.

“En cuanto a mí si no uso mi imaginación, como en este instante, y hablo sólo de la realidad, estoy siendo solo apenas el redactor de un diario, un registrador cotidiano y fidedigno de una jornada de ocurrencias, experiencias y observaciones. No soy, cuando escribo este diario, un verdadero autor. Literatura es imaginación”. (Fonseca, 2003, p. 119). Rufus se declara así fuera de la literatura, libre de la imaginación, entregado simplemente a la trivialidad de registrar en una suerte de stream of conciousness todo aquello que viene a su mente, sus lecturas especialmente, su socarronería intelectual, su memoria prodigiosa para sustentar sus contradicciones y avalarlas con una lucidez perversa: estos pensamientos imperfectos que le hacen declarar a Rufus, en su diario, cuando habla de las amantes de Casanova o de Don Juan o de Mademoiselle Dubois (2594 amantes, es decir, de a tres diarios), que esto no puede ser literatura sino “un tema para revistas femeninas” (Fonseca, 2003, p. 131)

Este diario que concluye con una condena absurda al libertino no tanto por serlo sino porque sus lectores confunden al autor con sus personajes y juzgan a Rufus por las ideas disparatadas que los personajes de sus novelitas son capaces de sostener. Hay en esta condena un juicio que va más allá del síndrome zuckermaniano : se trata de una condena a la literatura, a sus posibilidades, a la existencia incluso de novelistas en nuestro presente:

“Y, al fin de cuentas, ¿quiénes somos los escritores? Unos alelados no menos idiotas que, absortos en nuestro ombligo, contamos lo que allí vemos, para beneplácito de cretinos, lectores y críticos” (Fonseca, 2003, p. 156) La evidencia de Rufus es que existen al menos dos tipos de literatura, una digna y otra indigna. La primera no vende, no llama la atención de los públicos; que sea escrita con sangre o con inteligencia poco importa. “La única literatura digna es aquella que asombra al lector, y esa nadie la compra. Los lectores aman los temas manidos” (Fonseca, 2003, p. 54)

Rufus se mofa de la literatura, de los argumentos repetitivos (de hecho en una enumeración burlesca sobre tales lugares comunes menciona la mujer que para vengarse inventa que su amante la violó –eso es Fedra-; una pareja que vive feliz hasta que uno de ellos descubre que su marido es una asesino en serie; una mujer que descubre que su hermana mayor en realidad es su madre. La condena no es que Rufus vaya a parar a la cárcel sino la manera como los argumentos de los que se burla se hacen reales de repente. Sentado frente al computador (Rufus escribe empleando un ordenador) el libertino reconoce que no viene a su mente ni una línea de su Bildungroman Lo que está fuera de toda posibilidad es que tal forma de novela sea posible, que la literatura de descubrimiento y formación ocupe un sitio como género, que la misma literatura como develamiento tenga alguna opción. Lo único que existe es ese libertino, hedonista y perezoso escritor, que encuentra más divertido sumergirse en las arenas movedizas de las digresiones infinitas. No en vano la última de estas es una larga serie de anécdotas extraídas de la historia mórbida de la literatura y que recuerdan la torpeza en la que murieron Petronio, Lucrecio, Marlowe, Poe, Thakerey, Hemingway y a la que se suma otra lista de los escritores que se abismaron en la locura. La frase final es lapidaria: “Bildungroman: qué cosa más estúpida”.

Caricaturas de caricaturas

Este ejemplo de Fonseca bien podría incluirse dentro de lo que algunos han denominado metaliteratura, que no significa ir más allá de la literatura sino justamente lo contrario: hacer literatura con lo literario; la trama del relato son las vicisitudes de la escritura. Sin embargo, dentro de este ámbito de simulaciones, que desdibuja la posibilidad de la literatura como relato y el advenimiento de la escritura como aventura, y el escritor como personaje, ya sea enmascarado de ensayista, cronista, guionista, editor o compilador de la obra de otros, encontramos el ejemplo de la obra que renuncia de manera definitiva a narrar y prefiere verse reducida a la calidad de comentario. Tal es el caso de una pieza no menor, simplemente menos conocida, La literatura nazi en América (1996), del chileno Roberto Bolaños. Esta breve novela –si el uso del término no resulta exagerado o si se puede hablar de novela– resulta no solo una muestra significativa de la prosa lúcida de Bolaño, de su estilo ágil y lleno de referencias brillantes, de su fino humor intelectual, sino una clave de su idea de su estética.

En esta obra Bolaño lleva a un nivel superior la apuesta que a cuatro manos habían desarrollado Borges y Casares en Cuentos de H. Bustos Domeq. En Literatura nazi en América Bolaño renuncia a escribir una novela en el sentido tradicional a cambio de ofrecer la enciclopedia de un género, con todo y sus autores, sus fundadores, sus seguidores, sus variantes y tendencias; una crónica completa que incluye autores, fechas, bibliografías, editoriales. En esta enciclopedia que traza un itinerario la realidad y la ficción se cruzan de manera sutil (algunas fechas son reales, algunos personajes históricos generan un clima de plausibilidad y verosimilitud), a lo largo de un período que se inicia a comienzos del siglo XX pero que llega hasta las primeras décadas del XXI, como en cualquier pieza de Bradbury –recordemos que la obra es del 96. El peronismo en argentina, la dictadura chilena, las migraciones alemanas posteriores a la Segunda Guerra Mundial se entreveran con una crónica que posee sus propios poetas malditos, sus perseguidos, sus incomprendidos, sus impostores, sus mercenarios literarios, sus logias y hermandades.

Hay en esta historia de la literatura a falta de alusiones a la literatura canónica, una parodia intensa, implacable, plena de risa y desparpajo de los mundillos literarios, de los salones letrados, de los impostores de las letras, de los embusteros y pornógrafos, de los intereses de las editoriales, de los odios y tensiones entre autores y públicos. La literatura en esta pieza de genio y contención que encierra la estrategia de Los detectives salvajes se ha tornado caricatura de una caricatura, pues, per se, los autores reseñados son una negación de la literatura o una confirmación de su razón de ser por la vía de la crítica, como se evidencia en el capítulo dedicado a Juan Mendiluce Thompson (como todo tratado o historia de la literatura, ésta comprende un orden que incluye oficiales, precursores, héroes, malditos, outsiders, marginales, excepciones, visionarios, Juan Mendiluce es de los oficiales).

De Juan M. T. se afirma que escribió: “Luminosa Oscuridad, novela sobre el orden y el desorden, la justicia y la injusticia, Dios y el vacío.” (Bolaño, 1996, p. 27) No se puede tomar en broma este estilo, esta broma que alude al todo y a la nada, que irrespeta la seriedad del lector y sus expectativas. Allí donde espera una síntesis del texto aparece un burdo pleonasmo o una paradoja: una caricatura. Edelmiro Carazzone da a conocer un estudio crítico sobre la obra de Mendiluce que, para colmo, se titula Islas que se hunden: “Conversaciones entre personajes ambiguos y caóticas descripciones de un enjambre sin fin de ríos y de mares”, (sic.)

Como toda enciclopedia o historia de la literatura, ésta ofrece su epílogo, Epílogo para Monstruos en donde se adjunta una relación de algunos personajes citados a lo largo de la obra, una dura referencia al arte y, de paso, a la literatura: un compositor de piezas clásicas sobrevive gracias al tango: por extensión, ¿qué literatura habría que escribir para poder vivir de ella? Una poetisa No es gratuita esta referencia a la manera como la poetisa va a parar de vendedora, inclusión en el mercado capitalista o simplemente caricatura descarnada de toda ilusión poética. En la serie abundan la burla, el contraste, la yuxtaposición carnavalesca que obliga a leer entre líneas. Los monstruos, los escritores, los artistas, se hunden en un lo grotesco y el simulacro… De esta manera avanza esta enciclopedia, espejo del mundo de las letras, de las editoriales y de las revistas, no solo el que viviera Fonseca sino el que se destila hoy cuando el escritor para lograr serlo debe no solo escribir sino medrar en medio de toda una gama de terribles perversiones.

Anotaciones a pie de página

1. Zuckermann, personaje, narrador y a veces coprotagonista en las obras de Philip Roth. Mi vida como hombre, Zuckerman liberado, Deudas y dolores, La mancha humana. Zuckerman, biografía de un escritor en el seno de una sociedad pacata y adicta, enfrentado a la tiranías de ideologías racistas y xenófobas, al racismo, al macartismo político, a la doble moral que hace de la vida sexual y del erotismo un crimen público.

2. Recorriendo los rincones de la ciudad. Pienso en ese personaje de El cantor de Tango, de T. E. Martínez, que recorre los rincones de Buenos Aires con el pretexto de completar su tesis sobre los orígenes del tango. La trama ya no son las calles y las casas que habitó Borges, ni las alcantarillas que recorrió Fernando en Sobre héroes y tumbas y su informe de ciegos; la frase mon tour est dans ma chambre ha sido reemplazada ahora por ma chambre est une rue, une place, une quartier...

3. En La sombra castradora de San Garta Kundera plantea un término equivalente pero igualmente crítico a propósito del ejercicio de interpretación que intentara Max Brod en torno a la obra de Kafka, la invención de la kafkología. Esta consistiría en un ejercicio arbitrario de crítica biográfica que se apoya más en la lectura de los diarios, los papeles inéditos, las memorias, las cartas y los comentarios de los amigos del autor, que de la lectura de sus obras; una proeza que busca, perversamente, explicar la obra en un plano alegórico a partir de las experiencias biográficas; una exacerbación que niega la obra, su juego, su naturaleza en tanto obra de ficción, su levedad como ejercicio de la imaginación, su naturaleza como pieza de arte y que sume la obra en un abismo confesional.

4. El ejemplo más significativo de este fenómeno lo encontramos en uno de los relatos de Ficciones, El acercamiento al Almotasim, en donde Jorge Luis Borges elige reseñar una obra apócrifa de un autor inexistente. Un ejercicio similar sucede en Pálido fuego, de Vladimir Nabokov, en donde el narrador de la novela (sic.) es en realidad un crítico literario entregado a realizar la exégesis de un vasto poema, titulado Pálido fuego y en el cual no solo ve una interpretación alegórica de la existencia sino un conjunto de signos encriptados que encierran un texto confesional de su autor y la clave de la muerte del autor.


Referencias

FONSECA, Rubem. Diario de un libertino. Bogotá, Norma, 2003. Versión original, ed. Companhia das Letras, 2003.
FONSECA, Rubem. Grandes emocioines, pesamientos imperfectos. Bogotá, Norma, 2003. Versión original, ed. Companhia das Letras, 2003.
BOLAÑO, Roberto. La literatura nazi en América. Barcelona, Seix-Barral, 1996

Humberto Alexis Rodríguez es actualmente Profesor de Literatura y Coordinador del proyecto de Licenciatura en Humanidades y Lengua Castellana, en la Facultad de ciencias y Educación de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Correo electrónico: halexisrr@yahoo.es

viernes, 10 de septiembre de 2010

Pensamiento y Literatura -Carlos Fuentes-


Carlos fuentes hace constante memoria y reflexiona sobre Latinoamérica y el mundo, su cuento Chac Mool, habla del renacer del dios de la lluvia y más allá el despertar de la cultura centroamericana, dormida y oculta por los dictámenes de la historia. Ahora Carlos fuentes como un pensador latinoamericano, se presenta ya no solo en su escritura literaria, sino en sus aportes frente al pensamiento y la crítica en el continente. Presentamos en este ápice de letras e imágenes el cuento Chac Mool, como ejemplo del ocultamiento que hace el latinoamericano de sus orígenes, de sus antepasados, la opinión del cuento se presenta en que la cultura va mucho más adentro que la simple compra de algunos artículos artesanales para la decoración, la riqueza se encuentra en la vida cultural y el sacrificio por las raíces. A parte La política, la educación, las juventudes y el trabajo literario son presentadas en viva voz, gracias a la entrevista que Carmen Aristegui realiza para la CNN en español al escritor declarado latinoamericano.



Chac Mool
Por: Carlos Fuentes


Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa. Aunque había sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el choucrout endulzado por los sudores de la cocina tropical, bailar el Sábado de Gloria en La Quebrada y sentirse “gente conocida” en el oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había nadado bien; pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, a la medianoche, el largo trecho entre Caleta y la isla de la Roqueta! Frau Müller no permitió que se le velara, a pesar de ser un cliente tan antiguo, en la pensión; por el contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido dentro de su caja, a que saliera el camión matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la primera noche de su nueva vida. Cuando llegué, muy temprano, a vigilar el embarque del féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos: el chofer dijo que lo acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos con lonas, para que no se espantaran los pasajeros, y a ver si no le habíamos echado la sal al viaje.

Salimos de Acapulco a la hora de la brisa tempranera. Hasta Tierra Colorada nacieron el calor y la luz. Mientras desayunaba huevos y chorizo abrí el cartapacio de Filiberto, recogido el día anterior, junto con sus otras pertenencias, en la pensión de los Müller. Doscientos pesos. Un periódico derogado de la ciudad de México. Cachos de lotería. El pasaje de ida -¿sólo de ida? Y el cuaderno barato, de hojas cuadriculadas y tapas de papel mármol.

Me aventuré a leerlo, a pesar de las curvas, el hedor a vómitos y cierto sentimiento natural de respeto por la vida privada de mi difunto amigo. Recordaría -sí, empezaba con eso- nuestra cotidiana labor en la oficina; quizá sabría, al fin, por qué fue declinado, olvidando sus deberes, por qué dictaba oficios sin sentido, ni número, ni “Sufragio Efectivo No Reelección”. Por qué, en fin, fue corrido, olvidaba la pensión, sin respetar los escalafones.

“Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El Licenciado, amabilísimo. Salí tan contento que decidí gastar cinco pesos en un café. Es el mismo al que íbamos de jóvenes y al que ahora nunca concurro, porque me recuerda que a los veinte años podía darme más lujos que a los cuarenta. Entonces todos estábamos en un mismo plano, hubiéramos rechazado con energía cualquier opinión peyorativa hacia los compañeros; de hecho, librábamos la batalla por aquellos a quienes en la casa discutían por su baja extracción o falta de elegancia. Yo sabía que muchos de ellos (quizá los más humildes) llegarían muy alto y aquí, en la Escuela, se iban a forjar las amistades duraderas en cuya compañía cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas. Muchos de los humildes se quedaron allí, muchos llegaron más arriba de lo que pudimos pronosticar en aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos prometerlo todo, nos quedamos a la mitad del camino, destripados en un examen extracurricular, aislados por una zanja invisible de los que triunfaron y de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme en las sillas modernizadas -también hay, como barricada de una invasión, una fuente de sodas- y pretendí leer expedientes. Vi a muchos antiguos compañeros, cambiados, amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el café que casi no reconocía, con la ciudad misma, habían ido cincelándose a ritmo distinto del mío. No, ya no me reconocían; o no me querían reconocer. A lo sumo -uno o dos- una mano gorda y rápida sobre el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre ellos y yo mediaban los dieciocho agujeros del Country Club. Me disfracé detrás de los expedientes. Desfilaron en mi memoria los años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y, también todas las omisiones que impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el pasado y pegar los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de los juguetes se va olvidando y, al cabo, ¿quién sabrá dónde fueron a dar los soldados de plomo, los cascos, las espadas de madera? Los disfraces tan queridos, no fueron más que eso. Y sin embargo, había habido constancia, disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o sobraba? En ocasiones me asaltaba el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la aventura de juventud debe ser la muerte; jóvenes, debemos partir con todos nuestros secretos. Hoy, no tendría que volver la mirada a las ciudades de sal. ¿Cinco pesos? Dos de propina.”

“Pepe, aparte de su pasión por el derecho mercantil, gusta de teorizar. Me vio salir de Catedral, y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es descreído, pero no le basta; en media cuadra tuvo que fabricar una teoría. Que si yo no fuera mexicano, no adoraría a Cristo y -No, mira, parece evidente. Llegan los españoles y te proponen adorar a un Dios muerto hecho un coágulo, con el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado. Ofrendado. ¿Qué cosa más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial, a toda tu vida?... figúrate, en cambio, que México hubiera sido conquistado por budistas o por mahometanos. No es concebible que nuestros indios veneraran a un individuo que murió de indigestión. Pero un Dios al que no le basta que se sacrifiquen por él, sino que incluso va a que le arranquen el corazón, ¡caramba, jaque mate a Huitzilopochtli! El cristianismo, en su sentido cálido, sangriento, de sacrificio y liturgia, se vuelve una prolongación natural y novedosa de la religión indígena. Los aspectos caridad, amor y la otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y todo en México es eso: hay que matar a los hombres para poder creer en ellos.

“Pepe conocía mi afición, desde joven, por ciertas formas de arte indígena mexicana. Yo colecciono estatuillas, ídolos, cacharros. Mis fines de semana los paso en Tlaxcala o en Teotihuacán. Acaso por esto le guste relacionar todas las teorías que elabora para mi consumo con estos temas. Por cierto que busco una réplica razonable del Chac Mool desde hace tiempo, y hoy Pepe me informa de un lugar en la Lagunilla donde venden uno de piedra y parece que barato. Voy a ir el domingo.

“Un guasón pintó de rojo el agua del garrafón en la oficina, con la consiguiente perturbación de las labores. He debido consignarlo al Director, a quien sólo le dio mucha risa. El culpable se ha valido de esta circunstancia para hacer sarcasmos a mis costillas el día entero, todos en torno al agua. Ch...”

“Hoy domingo, aproveché para ir a la Lagunilla. Encontré el Chac Mool en la tienducha que me señaló Pepe. Es una pieza preciosa, de tamaño natural, y aunque el marchante asegura su originalidad, lo dudo. La piedra es corriente, pero ello no aminora la elegancia de la postura o lo macizo del bloque. El desleal vendedor le ha embarrado salsa de tomate en la barriga al ídolo para convencer a los turistas de la sangrienta autenticidad de la escultura.

“El traslado a la casa me costó más que la adquisición. Pero ya está aquí, por el momento en el sótano mientras reorganizo mi cuarto de trofeos a fin de darle cabida. Estas figuras necesitan sol vertical y fogoso; ese fue su elemento y condición. Pierde mucho mi Chac Mool en la oscuridad del sótano; allí, es un simple bulto agónico, y su mueca parece reprocharme que le niegue la luz. El comerciante tenía un foco que iluminaba verticalmente en la escultura, recortando todas sus aristas y dándole una expresión más amable. Habrá que seguir su ejemplo.”

“Amanecí con la tubería descompuesta. Incauto, dejé correr el agua de la cocina y se desbordó, corrió por el piso y llego hasta el sótano, sin que me percatara. El Chac Mool resiste la humedad, pero mis maletas sufrieron. Todo esto, en día de labores, me obligó a llegar tarde a la oficina.”

“Vinieron, por fin, a arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el Chac Mool, con lama en la base.”

“Desperté a la una: había escuchado un quejido terrible. Pensé en ladrones. Pura imaginación.”

“Los lamentos nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlo, pero estoy nervioso. Para colmo de males, la tubería volvió a descomponerse, y las lluvias se han colado, inundando el sótano.”

“El plomero no viene; estoy desesperado. Del Departamento del Distrito Federal, más vale no hablar. Es la primera vez que el agua de las lluvias no obedece a las coladeras y viene a dar a mi sótano. Los quejidos han cesado: vaya una cosa por otra.”

“Secaron el sótano, y el Chac Mool está cubierto de lama. Le da un aspecto grotesco, porque toda la masa de la escultura parece padecer de una erisipela verde, salvo los ojos, que han permanecido de piedra. Voy a aprovechar el domingo para raspar el musgo. Pepe me ha recomendado cambiarme a una casa de apartamentos, y tomar el piso más alto, para evitar estas tragedias acuáticas. Pero yo no puedo dejar este caserón, ciertamente es muy grande para mí solo, un poco lúgubre en su arquitectura porfiriana. Pero es la única herencia y recuerdo de mis padres. No sé qué me daría ver una fuente de sodas con sinfonola en el sótano y una tienda de decoración en la planta baja.”

“Fui a raspar el musgo del Chac Mool con una espátula. Parecía ser ya parte de la piedra; fue labor de más de una hora, y sólo a las seis de la tarde pude terminar. No se distinguía muy bien la penumbra; al finalizar el trabajo, seguí con la mano los contornos de la piedra. Cada vez que lo repasaba, el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una pasta. Este mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es puro yeso, y la humedad acabará por arruinarla. Le he echado encima unos trapos; mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un deterioro total.”

“Los trapos han caído al suelo, increíble. Volví a palpar el Chac Mool. Se ha endurecido pero no vuelve a la consistencia de la piedra. No quiero escribirlo: hay en el torso algo de la textura de la carne, al apretar los brazos los siento de goma, siento que algo circula por esa figura recostada... Volví a bajar en la noche. No cabe duda: el Chac Mool tiene vello en los brazos.”

“Esto nunca me había sucedido. Tergiversé los asuntos en la oficina, giré una orden de pago que no estaba autorizada, y el Director tuvo que llamarme la atención. Quizá me mostré hasta descortés con los compañeros. Tendré que ver a un médico, saber si es mi imaginación o delirio o qué, y deshacerme de ese maldito Chac Mool.”

Hasta aquí la escritura de Filiberto era la antigua, la que tantas veces vi en formas y memoranda, ancha y ovalada. La entrada del 25 de agosto, sin embargo, parecía escrita por otra persona. A veces como niño, separando trabajosamente cada letra; otras, nerviosa, hasta diluirse en lo ininteligible. Hay tres días vacíos, y el relato continúa:

“Todo es tan natural; y luego se cree en lo real... pero esto lo es, más que lo creído por mí. Si es real un garrafón, y más, porque nos damos mejor cuenta de su existencia, o estar, si un bromista pinta el agua de rojo... Real bocanada de cigarro efímera, real imagen monstruosa en un espejo de circo, reales, ¿no lo son todos los muertos, presentes y olvidados?... si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?... Realidad: cierto día la quebraron en mil pedazos, la cabeza fue a dar allá, la cola aquí y nosotros no conocemos más que uno de los trozos desprendidos de su gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo real cuando se le aprisiona en el rumor de un caracol marino. Hasta hace tres días, mi realidad lo era al grado de haberse borrado hoy; era movimiento reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra que un día tiembla para que recordemos su poder, o como la muerte que un día llegará, recriminando mi olvido de toda la vida, se presenta otra realidad: sabíamos que estaba allí, mostrenca; ahora nos sacude para hacerse viva y presente. Pensé, nuevamente, que era pura imaginación: el Chac Mool, blando y elegante, había cambiado de color en una noche; amarillo, casi dorado, parecía indicarme que era un dios, por ahora laxo, con las rodillas menos tensas que antes, con la sonrisa más benévola. Y ayer, por fin, un despertar sobresaltado, con esa seguridad espantosa de que hay dos respiraciones en la noche, de que en la oscuridad laten más pulsos que el propio. Sí, se escuchaban pasos en la escalera. Pesadilla. Vuelta a dormir... No sé cuánto tiempo pretendí dormir. Cuando volvía a abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a horror, a incienso y sangre. Con la mirada negra, recorrí la recámara, hasta detenerme en dos orificios de luz parpadeante, en dos flámulas crueles y amarillas.

“Casi sin aliento, encendí la luz.

“Allí estaba Chac Mool, erguido, sonriente, ocre, con su barriga encarnada. Me paralizaron los dos ojillos casi bizcos, muy pegados al caballete de la nariz triangular. Los dientes inferiores mordían el labio superior, inmóviles; sólo el brillo del casuelón cuadrado sobre la cabeza anormalmente voluminosa, delataba vida. Chac Mool avanzó hacia mi cama; entonces empezó a llover.”

Recuerdo que a fines de agosto, Filiberto fue despedido de la Secretaría, con una recriminación pública del Director y rumores de locura y hasta de robo. Esto no lo creí. Sí pude ver unos oficios descabellados, preguntándole al Oficial Mayor si el agua podía olerse, ofreciendo sus servicios al Secretario de Recursos Hidráulicos para hacer llover en el desierto. No supe qué explicación darme a mí mismo; pensé que las lluvias excepcionalmente fuertes, de ese verano, habían enervado a mi amigo. O que alguna depresión moral debía producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad de los cuartos bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de familia. Los apuntes siguientes son de fines de septiembre:

“Chac Mool puede ser simpático cuando quiere, ‘...un gluglú de agua embelesada’... Sabe historias fantásticas sobre los monzones, las lluvias ecuatoriales y el castigo de los desiertos; cada planta arranca de su paternidad mítica: el sauce es su hija descarriada, los lotos, sus niños mimados; su suegra, el cacto. Lo que no puedo tolerar es el olor, extrahumano, que emana de esa carne que no lo es, de las sandalias flamantes de vejez. Con risa estridente, Chac Mool revela cómo fue descubierto por Le Plongeon y puesto físicamente en contacto de hombres de otros símbolos. Su espíritu ha vivido en el cántaro y en la tempestad, naturalmente; otra cosa es su piedra, y haberla arrancado del escondite maya en el que yacía es artificial y cruel. Creo que Chac Mool nunca lo perdonará. Él sabe de la inminencia del hecho estético.

“He debido proporcionarle sapolio para que se lave el vientre que el mercader, al creerlo azteca, le untó de salsa ketchup. No pareció gustarle mi pregunta sobre su parentesco con Tlaloc1, y cuando se enoja, sus dientes, de por sí repulsivos, se afilan y brillan. Los primeros días, bajó a dormir al sótano; desde ayer, lo hace en mi cama.”

“Hoy empezó la temporada seca. Ayer, desde la sala donde ahora duermo, comencé a oír los mismos lamentos roncos del principio, seguidos de ruidos terribles. Subí; entreabrí la puerta de la recámara: Chac Mool estaba rompiendo las lámparas, los muebles; al verme, saltó hacia la puerta con las manos arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al baño. Luego bajó, jadeante, y pidió agua; todo el día tiene corriendo los grifos, no queda un centímetro seco en la casa. Tengo que dormir muy abrigado, y le he pedido que no empape más la sala2.”

“El Chac inundó hoy la sala. Exasperado, le dije que lo iba a devolver al mercado de la Lagunilla. Tan terrible como su risilla -horrorosamente distinta a cualquier risa de hombre o de animal- fue la bofetada que me dio, con ese brazo cargado de pesados brazaletes. Debo reconocerlo: soy su prisionero. Mi idea original era bien distinta: yo dominaría a Chac Mool, como se domina a un juguete; era, acaso, una prolongación de mi seguridad infantil; pero la niñez -¿quién lo dijo?- es fruto comido por los años, y yo no me he dado cuenta... Ha tomado mi ropa y se pone la bata cuando empieza a brotarle musgo verde. El Chac Mool está acostumbrado a que se le obedezca, desde siempre y para siempre; yo, que nunca he debido mandar, sólo puedo doblegarme ante él. Mientras no llueva -¿y su poder mágico?- vivirá colérico e irritable.”

“Hoy decidí que en las noches Chac Mool sale de la casa. Siempre, al oscurecer, canta una tonada chirriona y antigua, más vieja que el canto mismo. Luego cesa. Toqué varias veces a su puerta, y como no me contestó, me atrevía a entrar. No había vuelto a ver la recámara desde el día en que la estatua trató de atacarme: está en ruinas, y allí se concentra ese olor a incienso y sangre que ha permeado la casa. Pero detrás de la puerta, hay huesos: huesos de perros, de ratones y gatos. Esto es lo que roba en la noche el Chac Mool para sustentarse. Esto explica los ladridos espantosos de todas las madrugadas.”

“Febrero, seco. Chac Mool vigila cada paso mío; me ha obligado a telefonear a una fonda para que diariamente me traigan un portaviandas. Pero el dinero sustraído de la oficina ya se va a acabar. Sucedió lo inevitable: desde el día primero, cortaron el agua y la luz por falta de pago. Pero Chac Mool ha descubierto una fuente pública a dos cuadras de aquí; todos los días hago diez o doce viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice que si intento huir me fulminará: también es Dios del Rayo. Lo que él no sabe es que estoy al tanto de sus correrías nocturnas... Como no hay luz, debo acostarme a las ocho. Ya debería estar acostumbrado al Chac Mool, pero hace poco, en la oscuridad, me topé con él en la escalera, sentí sus brazos helados, las escamas de su piel renovada y quise gritar.”

“Si no llueve pronto, el Chac Mool va a convertirse otra vez en piedra. He notado sus dificultades recientes para moverse; a veces se reclina durante horas, paralizado, contra la pared y parece ser, de nuevo, un ídolo inerme, por más dios de la tempestad y el trueno que se le considere. Pero estos reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme, arañarme como si pudiese arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar aquellos intermedios amables durante los cuales relataba viejos cuentos; creo notar en él una especie de resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios que me han puesto a pensar: los vinos de mi bodega se están acabando; Chac Mool acaricia la seda de la bata; quiere que traiga una criada a la casa, me ha hecho enseñarle a usar jabón y lociones. Incluso hay algo viejo en su cara que antes parecía eterna. Aquí puede estar mi salvación: si el Chac cae en tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se acumulen en un instante y caiga fulminado por el poder aplazado del tiempo. Pero también me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no querrá que yo asista a su derrumbe, no querrá un testigo..., es posible que desee matarme.”

“Hoy aprovecharé la excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a Acapulco; veremos qué puede hacerse para conseguir trabajo y esperar la muerte de Chac Mool; sí, se avecina; está canoso, abotagado. Yo necesito asolearme, nadar y recuperar fuerzas. Me quedan cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión Müller, que es barata y cómoda. Que se adueñe de todo Chac Mool: a ver cuánto dura sin mis baldes de agua.”

Aquí termina el diario de Filiberto. No quise pensar más en su relato; dormí hasta Cuernavaca. De ahí a México pretendí dar coherencia al escrito, relacionarlo con exceso de trabajo, con algún motivo sicológico. Cuando, a las nueve de la noche, llegamos a la terminal, aún no podía explicarme la locura de mi amigo. Contraté una camioneta para llevar el féretro a casa de Filiberto, y después de allí ordenar el entierro.

Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir las arrugas con la cara polveada; tenía la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido.

-Perdone... no sabía que Filiberto hubiera...

-No importa; lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al sótano.

*Referencias.
1. Deidad azteca de la lluvia.
2. Filiberto no explica en qué lengua se entendía con el Chac Mool.





Carlos Fuentes

Hijo de un diplomático, Carlos Fuentes nació en Panamá en 1928. Pasó su infancia en América del Norte, América del Sur y Europa. Es en la Universidad de México que hizo sus estudios y obtuvo un diploma de Derecho. Después siguió sus estudios en el Instituto de Altos Estudios de Ginebra (1950-1952). Ocupa después funciones oficiales para México: miembro de la delegación mexicana de la Organización Internacional del trabajo, encargado de prensa del Ministerio de Asuntos Extranjeros, embajador en Francia (entre 1974 y 1977). Pero su orientación política muy marcada a izquierda.
Funda diversas revistas, como la Revista Americana de literatura (1955) con Octavio Paz, después las ediciones Siglo XXI (1965). Profesor en diferentes universidades de los estados Unidos hasta 1982, enseña hoy en Cambridge.
Es en 1960 que la Crítica Internacional se interesa en Carlos Fuentes y en el movimiento de ficción latinoamericana. Si el estilo de Fuentes es moderno, su obra queda enraizada en la historia de México. Los primeros escritos publicados de Fuentes fueron novelas cortas: la colección "Los días enmascarados" (1954) testimonia ya su interés por la búsqueda de nuevas técnicas narrativas.
Cuatro años más tarde, en 1958, aparece su primera novela, "La región más transparente", un requisitorio contra la sociedad mexicana que manifiesta el interés primordial del autor por la historia y la identidad nacionales. Esta novela se caracteriza igualmente por una estructura narrativa audaz, con una temporalidad no lineal y cambios frecuentes de puntos de vista.
Otras novelas siguieron, tales como "La Muerte de Artemio Cruz" (1962), que hizo conocer a Fuentes a nivel internacional, "Cantar de ciegos" (1964), "Cambio de piel" (1967), "Terra Nostra" (1975), "La Cabeza de la Hidra" (1978) y "Gringo viejo" (1985).
El talento de Carlos Fuentes no es exclusivamente expresado a través de novelas o novelas cortas; es también autor de piezas de teatro, tales como "El tuerto es rey" (1970), así como también numerosos ensayos críticos, como "Casa con dos puertas" (1971) o "Cervantes o la Crítica de la lectura" (1976), y de ensayos políticos ("Tiempo mexicano", 1972).

viernes, 3 de septiembre de 2010

José Saramago. entre letras e imágenes


Desquite

Cuento Por: José Saramago

El muchacho venía del río. Descalzo, con los pantalones arremangados por encima de las rodillas, las piernas sucias de lodo. Vestía una camisa roja, abierta en el pecho, donde los primeros vellos de la pubertad empezaban a ennegrecer. Tenía el pelo oscuro, mojado por el sudor que le escurría por el cuello delgado. Se inclinaba un poco hacia delante, bajo el peso de los largos remos, de los que pendían hilos verdes de limos aún goteantes. El barco quedó balanceándose en el agua turbia y, allí cerca, como si lo espiasen, afloraron de repente los ojos globulosos de una rana. El muchacho la miró, y ella le miró. Después la rana hizo un movimiento brusco y desapareció. Un minuto más y la superficie del río quedó lisa y tranquila, y brillante como los ojos del muchacho. La respiración del limo desprendía lentas y muelles burbujas de gas que la corriente arrastraba. En el calor espeso de la tarde los chopos altos vibraban silenciosamente y, de golpe, flor rápida que naciese del aire, un ave azul pasó rasando el agua. El muchacho levantó la cabeza. Desde el otro lado del río una muchacha le miraba, inmóvil. El muchacho levantó la mano libre y todo su cuerpo dibujó el gesto de una palabra que no se oyó. El río fluía, lento.

El muchacho subió la ladera, sin mirar atrás. La hierba se acababa allí mismo. Hacia arriba, hacia allá, el sol calcinaba los terrones de los barbechos y los olivares cenicientos. Metálica, durísima, una cigarra roía el silencio. En la distancia la atmósfera temblaba.

La casa era baja, achaparrada, bruñida de cal, con una franja de ocre violento. Un lienzo de pared ciega, sin ventanas, una puerta en la que se abría un postigo. En el interior el suelo de barro refrescaba los pies. El muchacho apoyó los remos, se limpió el sudor con el antebrazo. Se quedó quieto, escuchando los golpes del corazón, el pausado brotar del sudor que se renovaba en la piel. Estuvo así unos minutos, sin conciencia de los rumores que venían de la parte de detrás de la casa y que se transformaron, de súbito, en gañidos lancinantes y gratuitos: la protesta de un cerdo atado. Cuando, por fin, empezó a moverse, el grito del animal, esta vez herido e insultado, le golpeó en los oídos. Y en seguida oyó otros gritos, agudos, rabiosos, una súplica desesperada, una llamada que no espera socorro.

Corrió hacia el patio, pero no pasó del umbral de la puerta. Dos hombres y una mujer sujetaban al cerdo. Otro hombre, con un cuchillo ensangrentado, le abría un tajo vertical en el escroto. En la paja brillaba ya un óvalo achatado, rojo. El cerdo temblaba entero, lanzaba gritos entre las quijadas que apretaba una cuerda. La herida se alargó, el testículo apareció, lechoso y rayado de sangre, los dedos del hombre se introdujeron en la abertura, tiraron, retorcieron, arrancaron. La mujer tenía el rostro pálido y crispado. Desataron al cerdo, le liberaron el hocico y uno de los hombres se agachó y cogió las dos piezas, gruesas y suaves. El animal dio una vuelta, perplejo, y se quedó con la cabeza baja, respirando con dificultad. Entonces el hombre se los tiró. El cerdo los mordió, masticó ansioso, tragó. La mujer dijo algunas palabras y los hombres se encogieron de hombros. Uno de ellos se rió. Fue en ese momento cuando vieron al muchacho en el umbral de la puerta. Se quedaron todos callados y, como si fuese la única cosa que pudiesen hacer en aquel momento, se pusieron a mirar al animal, que se había echado en la paja, suspirando, con el hocico sucio de su propia sangre.

El muchacho volvió al interior. Llenó un puchero y bebió, dejando que el agua le corriese por las comisuras de la boca, por el cuello, hasta el vello del pecho que se volvió más oscuro. Mientras bebía miraba fuera las dos manchas rojas sobre la paja. Después, con un movimiento de cansancio, volvió a salir de la casa, atravesó el olivar otra vez bajo el bochorno del sol. El polvo le quemaba los pies y él, sin darse cuenta, los encogía para huir del contacto escaldante. La misma cigarra rechinaba en tono más sordo. Después la ladera, la hierba con su olor a savia caliente, la frescura atontadora debajo de las ramas, el lodo que se insinúa entre los dedos de los pies e irrumpe por arriba.

El muchacho se quedó quieto, mirando el río. Sobre un afloramiento de limo, una rana, parda como la primera, con los ojos redondos bajo las arcadas salientes, parecía estar esperando. La piel blanca del buche palpitaba. La boca cerrada formaba un pliegue de escarnio. Pasó un tiempo y ni la rana ni el muchacho se movían. Entonces él, desviando con dificultad los ojos, como para huir de un maleficio, vio al otro lado del río, entre las ramas bajas de los salgueros, aparecer una vez más a la muchacha. Y nuevamente, silencioso e inesperado, pasó sobre el agua el relámpago azul.

El muchacho se quitó la camisa despacio. Despacio se acabó de desvestir, y sólo cuando ya no tenía ropa ninguna sobre el cuerpo, su desnudez, lentamente, se reveló. Así como si se estuviese curando una ceguera de sí misma. La muchacha miraba de lejos. Después, con los mismos gestos lentos, se liberó del vestido y de todo cuanto la cubría. Desnuda sobre el fondo verde de los árboles.

El muchacho miró una vez más el río. El silencio se asentaba sobre la líquida piel de aquel interminable cuerpo. Círculos que se alargaban y perdían en la superficie tranquila, mostraban el lugar donde por fin la rana se había sumergido. Entonces el muchacho se metió en el agua y nadó hacia la otra orilla, mientras el bulto blanco y desnudo de la muchacha se recogía hacia la penumbra de las ramas.

Fin.


Video-corto “La flor más grande del mundo”

Las cosas pequeñas es lo que tienen. Pueden parecer insignificantes pero en su ligereza reside una belleza sin igual. Como en este cortometraje titulado La flor más grande del mundo y dirigido por Juan Pablo Etcheverry. Una pieza que crece a cada visionado gracias a un exquisito gusto por el detalle, la imponente narración del escritor José Saramago y la delicada música compuesta por Emilio Aragón


Caminos recorridos Vida y obra. José Saramago

Ahora soy capaz de ver con claridad quiénes fueron mis maestros de vida, los que más intensamente me enseñaron el duro oficio de vivir, esas decenas de personajes de novela y de teatro que en este momento veo desfilar ante mis ojos, esos hombres y esas mujeres, hechos de papel y de tinta...

José Saramago

Poeta y escritor portugués, José Saramago fue una de las voces más importantes de la literatura portuguesa de todos los tiempos. Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1998, Saramago fue conocido internacionalmente tanto por su obra literaria como por su posicionamiento político.

Nacido en una familia de extracción humilde, Saramago se crió en Azinhaga y en Lisboa, donde comenzó a estudiar a los 12 años aunque no logró completar su formación debido a problemas económicos. Se podría decir que a partir de ese momento combinó su trabajo en un taller con el estudio autodidacta, algo que le sirvió años más tarde para entrar como oficinista en la administración de la Seguridad Social. Asentado en su nuevo trabajo y recién casado, Saramago publicó Tiempo de pecado (1947), que pasó sin pena ni gloria por el panorama portugués. A partir de ese momento se produce un largo parón en la carrera literaria de Saramago que no retomaría hasta casi veinte años más tarde.

Mientras tanto, Saramago colaboró con periódicos y revistas y pasó a trabajar para una editorial como traductor. Eran los años de la dictadura Salazarista y debido a sus ideas de izquierda tuvo muchos problemas con la censura a la hora de publicar. Afiliado desde 1969 al Partido Comunista de Portugal, Saramago abandonó su trabajo editorial para dedicarse por completo a su carrera literaria.

Es a partir de la llegada de la democracia a Portugal que Saramago comienza su etapa más conocida y activa. Su Memorial del convento es adaptado a la ópera en 1982 y apenas dos años más tarde vería publicada una de sus obras más conocidas, El año de la muerte de Ricardo Reis. En 1986 La balsa de piedra, una fábula en la que trató uno de sus temas políticos favoritos, la unidad de la Península Ibérica, tuvo una gran repercusión en España.

Sin embargo, el éxito con mayúsculas y una gran presencia mediática le llegaron con El evangelio según Jesucristo, obra que levantó un gran malestar no sólo entre la jerarquía católica sino también en el gobierno de su país. El escándalo fue uno de los motivos que llevaron a Saramago a instalarse en la Isla de Lanzarote con su segunda mujer en 1991. Sus últimas obras a partir de entonces llegaron poco a poco al mercado internacional, siendo Ensayo sobre la ceguera (1995) uno de sus libros más celebrados y que recibió una excelente adaptación cinematográfica en 2008.

Tras recibir el Nobel de Literatura su proyección se hizo mundial y su figura alcanzó nuevos niveles de polémica al manifestar, sin ningún tipo de tapujo, sus ideas en contra de la política neoconservadora, la actitud de la Iglesia Católica y a favor de los pueblos más desfavorecidos.

Sus últimas obras fueron grandes éxitos, como El viaje del Elefante (2008) y Caín (2009), con la que volvió a levantar voces airadas en el Vaticano. También hay que destacar sus publicaciones en su blog, o cuaderno personal, que también fueron recogidas en forma de libro. José Saramago murió en la isla de Lanzarote el 18 de junio de 2010.

Más info sobre el escritor José Saramago.

http://www.alfaguara.com/contenidos/es/alfaguara/minisites/saramago/