viernes, 23 de julio de 2010

Bailando, para no estar muerto



Bailando para no estar muerto, sirve de entrada al libro del escritor norteamericano Ray Bradbury, El hombre Ilustrado. Libro presentado en 1951 revive las imágenes de un hombre metaforizado en las ilustraciones de su cuerpo, las cuales viven para tener presente la memoria del universo. En este escrito Bradbury, el escritor, nos ilustra, dibuja para nosotros su modo de percibir la creación, la escritura, la imaginación como únicas formas de ahuyentar la muerte.



Bailando, para no estar muerto



Una noche, mientras me estaba sirviendo, mi amigo camarero, Laurent, que trabaja en la Brasserie Champs du Mars cerca de la Torre Eiffel, me habló de su vida.

-Trabajo de diez a doce horas, a veces catorce- me dijo- y después a medianoche me voy a bailar, bailar, bailar hasta las cuatro o cinco de la mañana, y me acuesto y duermo hasta las diez y luego arriba a las once a trabajar diez o doce horas y a veces quince.

-¿Cómo consigue hacerlo? – le pregunté.

-Fácilmente- dijo-. Dormir es estar muerto. Es como la muerte. Así que bailamos, bailamos para no estar muertos. No queremos que eso ocurra.

-¿Qué edad tiene usted?- le pregunté.

- Veintitrés- me dijo.

- Ah – dije, y lo tomé gentilmente del codo-. Ah. Veintitrés, ¿no?

-Veintitrés- dijo sonriendo-. ¿Y usted?

-Setenta y seis- dije-. Y yo tampoco quiero estar muerto. Pero no tengo veintitrés. ¿Qué puedo hacer?

-Sí- dijo Laurent, inocente y todavía sonriendo-, ¿qué hace usted a las tres de la mañana?

-Escribir- dije al cabo de un momento.

-¿Escribir? – dijo Laurent, asombrado-. ¿Escribir?

-Para no estar muerto- dije-, como usted.

-¿Yo?

-Si- dije, sonriendo ahora-. A las tres de la mañana escribo, escribo, ¡escribo!

-Tiene mucha suerte- me dijo Laurent-. Es usted muy joven.

-Hasta ahora- dije y apuré mi cerveza y me fui a sentar delante de mi máquina de escribir, a terminar un cuento.

¿ Cuál es la verdad la coreografía con que engaño a la muerte?

Un cuento tras cuento, El Hombre Ilustrado esconde metáforas a punto de explotar.

En la mayoría de los casos ni siquiera sé qué metáforas esperan para imprimirse delante de mi retina. Teorizamos acerca de lo que ocurre en el cerebro, que es sobre todo un país desconocido. La tarea de un escritor es adueñarse de un tema y ver qué ocurre. La sorpresa, como he dicho a menudo, es todo. , por ejemplo. Una mañana de hace cuarenta y seis años decidí que un cohete estallase y arrojara a mis astronautas al espacio desconocido, para ver que ocurría. El resultado fue un cuento incluido en innumerables antologías y que apareció y reapareció como texto de colegios y escuelas. Estudiantes del otro extremo del país lo representaron en clase, para enseñarme una vez más que el teatro no necesita puestas en escena, luces, trajes o sonidos. Sólo actores en un colegio o en el garaje de alguien o delante de una tienda que reciten las palabras y sienten la pasión.

Los escenarios desnudos de Shakespeare serán siempre un buen ejemplo. Observando a los niños que interpretan en una brillante tarde de verano en San Fernando Valley, decidí escribir y montar mi propia versión. ¿Cómo mete usted un millón de millas de espacio interplanetario en un tablado de doce metros de largo y seis metros de ancho ante noventa y nueve espectadores? Uno simplemente lo hace. Y cuando el último meteoro humano cae ardiendo por el cielo, no hay un solo ojo seco en el auditorio. Todo espacio, Tiempo, y los corazones de siete hombres que laten atrapados en palabras, y que se liberan cuando las dicen.

Qué pasaría si es el término operativo para muchos de estos cuentos.

¿Qué pasaría si aterrizas en un mundo lejano justo el día en que Cristo se ha marchado a otra parte? ¿O si Él estuviera todavía allí, esperando? De ahí .

¿Qué pasaría si puedes crear un mundo dentro de un cuarto, que cuarenta años más tarde será llamado la primera Realidad Virtual, y meter a una familia en ese cuarto con paredes que operan sobre las psiques y desencadenan pesadillas? Construí el cuarto en mi máquina de escribir y puse allí a mi familia. Al mediodía los leones habían saltado desde las paredes y mis niños estaban tomando té como finale.

¿Qué pasaría si un hombre pudiera encargar un robot marioneta que fuera una réplica exacta de sí mismo? Y ¿qué pasaría si cuando sale de noche deja al robot con su mujer?

¿Qué pasaría si todos los autores favoritos de tu infancia vivieran escondidos en Marte porque los libros que han escrito están siendo quemados en la tierra? El principio de otros incendios que yo encendería con libros tres años más tarde: Fahrenheit 451.

¿Qué pasaría si la gente de color (así los llamaban cuando escribí en 1949) arribaran a Marte antes que nadie, echaran raíces, construyeran ciudades, y se prepararan para recibir a otros futuros colonos, los Blancos? ¿Qué ocurriría después? Escribí el cuento para descubrirlo. Luego no pude encontrar una revista norteamericana que quisiera publicarlo. Era mucho antes del movimiento en defensa de los derechos civiles, la guerra fría estaba creciendo, y Parnell Thomas del Comité de Actividades Antiamericanas estaba investigando (Joseph Mc Carthy llegaría más tarde). En ese clima ningún editor quería llegar a Marte con mis inmigrantes negros. Publiqué finalmente en New Story, una revista parisense dirigida por un hijo de Mrtha Foley, David.

Y de nuevo, ¿qué pasaría si tienes un acre de chatarra en el patio de atrás? ¿te tentaría juntarla y viajar a la Luna? Había un depósito así a una docena de metros de mi casa, en Tucson, Arizona, cuando yo tenía doce años. Desde allí yo viajaba a la Luna a la caída de la tarde y después corría hasta un cementerio de elefantes-locomotoras a dos manzanas donde yo trepaba a las abandonadas máquinas de vapor y el tren silbaba en camino hacia Kankakee, Oswego y la distante Rockaway. Entre la chatarra de cohetes y las perdidas locomotoras, nunca estaba en casa. De ahí, .

Los qué pasaría si daban vueltas alrededor de mi cabeza.

En otras palabras, el lado izquierdo de mi cerebro, si hay un lado izquierdo, propone. El lado derecho, si hay un lado derecho, dispone.

Las proposiciones del lado izquierdo son todas inútiles si no hay nada en el derecho. Tuve suerte con mis genes. Dios, el Cosmos, la Fuerza Vital, lo que sea, me dio un lado derecho capaz de atajar cualquier pelota que venga del lado izquierdo. Una mitad, la izquierda parece obvia. La otra mitad, la derecha, es siempre misteriosa, desafiándote a que la saques a la luz.

La sesión, es decir, la máquina de escribir, el ordenador, la pluma, el lápiz y el papel están ahí para echar mano a los fantasmas antes de que se desvanezcan en el aire.

Basta de comedias, hubiera refunfuñado mi padre. ¿Qué quiere decir todo eso en simples palabras? Lo que intento decir es que el proceso creativo se parece mucho al viejo método de sacar fotografías con una gran cámara y tú alrededor bajo una tela negra buscando imágenes en la oscuridad. Los sujetos de las fotos no se quedan quietos. Quizá haya demasiada luz. PO no la suficiente. Uno puede buscar a tientas, pero de prisa, esperando encontrarse con una instantánea revelada.

Éstas, pues, son instantáneas reveladas, que se alzan al alba, se posan en el desayuno y terminan al mediodía. Todas sin finales o desgraciados justo después del almuerzo, o con un café liviano o un brandy fuerte a las cuatro de la tarde.

Dando una oportunidad al amor, como dice una vieja canción.

O en las palabras de la canción de las doce sillas, de Mel Brooks:

Espera lo mejor,

espera lo peor,

tú puedes ser Tolstói

o también Fannie Hurst.

Espero encontrarme con H. G. Wells o tener la compañía de Jules Verne. Cuando trabajo en un espacio viviente entre los dos, entro en éxtasis.

Termino como comencé. Con un amigo camarero parisense, Laurent, bailando toda la noche, bailando, bailando.

Mis melodías y números están aquí. Han llenado mis años, los años en que rehusé morirme. Y para eso mismo escribo, escribo, escribo, al mediodía o a las tres de la mañana.

Para no estar muerto.


Ray Bradbury, 1997

Introducción al Hombre Ilustrado

Traducción de Francisco Abelenda

Ediciones Minotauro, S.A. 1954, 1977, 1998, 2002, 2009

Barcelona (España).

Ray Bradbury nació el 22 de agosto de 1920 en Waukegan, Illinois hijo de Leonard Spaulding Bradbury, dedicado a instalar líneas telefónicas, y de Esther Marie Moberg. De pequeño, Bradbury se trasladó en varias ocasiones a vivir a Tucson, en Arizona. Finalmente, en 1934, se trasladó junto a su familia a California, residiendo en la ciudad de Los Angeles. Cundo Bradbury se graduó en Los Angeles High School en 1938, se convirtió en autodidacta y dedicó su tiempo a la lectura y a escribir.

Destacar entre sus obras, Crónicas Marcianas, novela sobre la colonización de Marte (1950), El Hombre Ilustrado, que nos cuenta la historia de un hombre que relata su vida a través de los tatuajes que cubren su cuerpo (1951) y Farenheit 451, ambientada en una sociedad futura donde la palabra escrita está prohibida (1953).

Bradbury es un gran novelista, pero también ha escrito guines de televisión, ensayos, poemas, etc. Temas como la censura, la tecnología, el miedo a la muerte y el racismo son frecuentemente utilizados por Ray Bradbury en sus escritos.



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