domingo, 12 de septiembre de 2010

Reflexiones de un escritor Latinoamericano. Segunda entrega




Grandes emociones y pensamientos imperfectos

Reflexiones de un escritor latinoamericano


(Ensayo que se presentó en JallaRío-2010: Segunda entrega)


Por Humberto Alexis Rodríguez



Link primera entrega:
http://flordecoleridge.blogspot.com/2010/07/reflexiones-de-un-escritor.html

La escritura postergada

En el Diario de un libertino, el narrador, Rufus, un escritor de novelistas policiacas, autor de cinco piezas de mediano reconocimiento, ha decidido cambiar de género y ahora escribe un diario en el que como afirma desde un primer momento, no se propone escribir las trivialidades de su vida cotidiana, sino una crónica de de su pensamiento, de sus grandes ambiciones intelectuales, a la par que pone en orden su empresa de escribir una nueva obra, esta vez sí una gran pieza de orden histórico o quiza una Bildungsroman. Sin embargo, si algo se evidencia de inmediato a lo largo de esta crónica libertina es el advenimiento en su texto del prosaísmo de la cotidianidad. En esta aventura cuyo eje central es el ir y venir del protagonista entre sus amantes (Henriette, Lucia, Clorinda...), en esta saga donjuanesca en donde la novedad de la carne se convierte en la monotonía de la vida conyugal, la escritura se pervierte, se difumina, se vuelve algo cada vez más lejano e imposible.

Síndrome de Zuckermann , lo reconoce. "Prefiero que las personas que conozco no hayan leído mis escritos, sobre todo después de descubrir que soy una irrecuperable víctima del síndrome de Zuckerman" (Fonseca, 2003). Dolorosa certidumbre de que la escritura es ya una tarea sin sentido, "los lectores aman las novelas gruesas, así sea apenas para colocarlas en el estante" (Fonseca, 2003, p. 35), de ahí que resulte necesario, incluso, escribir un diario de poca monta, en reconocimiento al absurdo de esta tarea.

Esta convicción del bajo rango de los escritores se acentúa, se vuelve cada vez más ácida. La idealización de los escritores y la fama de la literatura solo es posible en una sociedad de valores publicitarios. "...esos fans que escriben a los escritores son todos peligrosos". Una nota del diario a propósito de Clorinda, quien le escribió un email, revela su posición sobre el valor de la literatura: "... un sujeto me envió una carta diciendo que había seguido mi ejemplo y abandonado su empleo y su familia para dedicarse a la literatura. El tipo estaba loco, no he abandonado ninguna familia, la familia me abandonó a mí. ¿Y qué mierda de dedicación es la mía? ¿Cinco libros? Las mujeres son todavía peores. Idealizan al idiota que escribe, se enamoran de un mito, esperan que él haga concretos sus delirios alegóricos. Los escritores son malos amantes, malos amigos, mala compañía." (Fonseca, 2003, p. 46)

Esta carrera sin freno hacia el abismo va acompañada de un cada vez más intenso descreimiento, un escepticismo cada vez más irreversible en torno a la imposibilidad de darle sentido a la literatura: "La única literatura digna es aquella que asombra al lector, y esa nadie la compra. Los lectores aman los temas manidos." (Fonseca, 2003, p. 54)

En este diario de un libertino, hay también una crisis de aquella idea de la escritura como un ejercicio denodado, al cual se vuelve una y otra vez, puliendo cada frase, cada palabra. El libertino del que hablamos no solo escribe en computador, sino que declara que prefiere no leer lo que ha escrito: "Cuando abro el archivo y el texto aparece en pantalla, inmediatamente aprieto las teclas control+end y veo solo las últimas palabras del archivo abierto" (Fonseca, 2003, p. 62).

Libertino se da ya en el aspecto de la promiscuidad del personaje, pero también en la promiscuidad del escritor que renunciando a las rigideces de la novela tradicional se deja seducir por un género en donde impera el acontecimiento accidental, las minucias de una vida de devaneo. Promete un diario de cosas profundas pero se gasta la mitad de su espacio describiendo problemas de bragas y calzones femeninos. "Al escribir una novela el sujeto se involucra de tal manera que pierde el deseo de redactar otras cosas, así se trate de mensajes electrónicos. Pero no puedo dejar de vagabundear por las calles. Soy un andariego compulsivo, me paso las horas recorriendo los rincones de la ciudad ." (Fonseca, 2003, p. 45)

“Todo ya ha sido escrito”, sobre todo cuando el libertino piensa remedar la estructura de una Bildungroman al estilo del Flaubert de La educación sentimental, en un párrafo que concluye con un paréntesis que dice: “(recordar que debo borrar luego este párrafo)”. Lo llamativo es que lo que leemos es el borrador del texto, el borrador de la novela, los apuntes que justamente nunca fueron borrados y la obra brilla por su ausencia. Si Vila-Matas escribe un ejercicio en torno al síndrome de Bartleby (en Bartleby y Cía), y hace un recorrido por el universo de los no escritores, de los escritores suicidas, de los que prefirieron el tráfico de armas sobre la poesía o el silencio, o el olvido o la burocracia o negar su obra, la opción del Zuckermann latinoamericano (José Zuckerman es el falso nombre que da cuando piensa colarse clandestinamente en un manicomio, bueno en una casa de reposo) no es que no quiere escribir sino que no puede, se aburre, se cansa; va de Balzac a Flaubert, en particular de las reflexiones que estos en su momento hicieran en torno a la relación entre esperma y escritura; del pesimismo de Schopenhauer o de Cioram al humor crítico de Kundera; de la promesa postergada de una novela pasamos a un tono sin lugar a dudas ensayístico, cuando para referirse a su síndrome reseña sin ambages la obra de Roth, comenta a Kundera, cita a Melville y a Vila-Matas; relaciona a Goethe y a Kierkergaard. Rufus en su diario no tiene ningún problema en combinar algunas noticias sobre la posibilidad de amar en la promiscuidad, algunas preocupaciones de origen biológico sobre la disminución generalizada en la sociedad contemporánea de la producción el número de espermatozoides del hombre promedio con alguna reflexión ligera sobre la manera como Choderlos de Laclos, Eça de Queiroz o Pessoa han evadido y jugado con la posibilidad de separar su biografía de su obra. Su promiscuidad, esa galería de textos, de lectoras en donde descuellan por igual Conrad o Bachtine, tiene en este ejercicio un punto central: hacer literatura diciendo justamente “esto no es literatura”.

“En cuanto a mí si no uso mi imaginación, como en este instante, y hablo sólo de la realidad, estoy siendo solo apenas el redactor de un diario, un registrador cotidiano y fidedigno de una jornada de ocurrencias, experiencias y observaciones. No soy, cuando escribo este diario, un verdadero autor. Literatura es imaginación”. (Fonseca, 2003, p. 119). Rufus se declara así fuera de la literatura, libre de la imaginación, entregado simplemente a la trivialidad de registrar en una suerte de stream of conciousness todo aquello que viene a su mente, sus lecturas especialmente, su socarronería intelectual, su memoria prodigiosa para sustentar sus contradicciones y avalarlas con una lucidez perversa: estos pensamientos imperfectos que le hacen declarar a Rufus, en su diario, cuando habla de las amantes de Casanova o de Don Juan o de Mademoiselle Dubois (2594 amantes, es decir, de a tres diarios), que esto no puede ser literatura sino “un tema para revistas femeninas” (Fonseca, 2003, p. 131)

Este diario que concluye con una condena absurda al libertino no tanto por serlo sino porque sus lectores confunden al autor con sus personajes y juzgan a Rufus por las ideas disparatadas que los personajes de sus novelitas son capaces de sostener. Hay en esta condena un juicio que va más allá del síndrome zuckermaniano : se trata de una condena a la literatura, a sus posibilidades, a la existencia incluso de novelistas en nuestro presente:

“Y, al fin de cuentas, ¿quiénes somos los escritores? Unos alelados no menos idiotas que, absortos en nuestro ombligo, contamos lo que allí vemos, para beneplácito de cretinos, lectores y críticos” (Fonseca, 2003, p. 156) La evidencia de Rufus es que existen al menos dos tipos de literatura, una digna y otra indigna. La primera no vende, no llama la atención de los públicos; que sea escrita con sangre o con inteligencia poco importa. “La única literatura digna es aquella que asombra al lector, y esa nadie la compra. Los lectores aman los temas manidos” (Fonseca, 2003, p. 54)

Rufus se mofa de la literatura, de los argumentos repetitivos (de hecho en una enumeración burlesca sobre tales lugares comunes menciona la mujer que para vengarse inventa que su amante la violó –eso es Fedra-; una pareja que vive feliz hasta que uno de ellos descubre que su marido es una asesino en serie; una mujer que descubre que su hermana mayor en realidad es su madre. La condena no es que Rufus vaya a parar a la cárcel sino la manera como los argumentos de los que se burla se hacen reales de repente. Sentado frente al computador (Rufus escribe empleando un ordenador) el libertino reconoce que no viene a su mente ni una línea de su Bildungroman Lo que está fuera de toda posibilidad es que tal forma de novela sea posible, que la literatura de descubrimiento y formación ocupe un sitio como género, que la misma literatura como develamiento tenga alguna opción. Lo único que existe es ese libertino, hedonista y perezoso escritor, que encuentra más divertido sumergirse en las arenas movedizas de las digresiones infinitas. No en vano la última de estas es una larga serie de anécdotas extraídas de la historia mórbida de la literatura y que recuerdan la torpeza en la que murieron Petronio, Lucrecio, Marlowe, Poe, Thakerey, Hemingway y a la que se suma otra lista de los escritores que se abismaron en la locura. La frase final es lapidaria: “Bildungroman: qué cosa más estúpida”.

Caricaturas de caricaturas

Este ejemplo de Fonseca bien podría incluirse dentro de lo que algunos han denominado metaliteratura, que no significa ir más allá de la literatura sino justamente lo contrario: hacer literatura con lo literario; la trama del relato son las vicisitudes de la escritura. Sin embargo, dentro de este ámbito de simulaciones, que desdibuja la posibilidad de la literatura como relato y el advenimiento de la escritura como aventura, y el escritor como personaje, ya sea enmascarado de ensayista, cronista, guionista, editor o compilador de la obra de otros, encontramos el ejemplo de la obra que renuncia de manera definitiva a narrar y prefiere verse reducida a la calidad de comentario. Tal es el caso de una pieza no menor, simplemente menos conocida, La literatura nazi en América (1996), del chileno Roberto Bolaños. Esta breve novela –si el uso del término no resulta exagerado o si se puede hablar de novela– resulta no solo una muestra significativa de la prosa lúcida de Bolaño, de su estilo ágil y lleno de referencias brillantes, de su fino humor intelectual, sino una clave de su idea de su estética.

En esta obra Bolaño lleva a un nivel superior la apuesta que a cuatro manos habían desarrollado Borges y Casares en Cuentos de H. Bustos Domeq. En Literatura nazi en América Bolaño renuncia a escribir una novela en el sentido tradicional a cambio de ofrecer la enciclopedia de un género, con todo y sus autores, sus fundadores, sus seguidores, sus variantes y tendencias; una crónica completa que incluye autores, fechas, bibliografías, editoriales. En esta enciclopedia que traza un itinerario la realidad y la ficción se cruzan de manera sutil (algunas fechas son reales, algunos personajes históricos generan un clima de plausibilidad y verosimilitud), a lo largo de un período que se inicia a comienzos del siglo XX pero que llega hasta las primeras décadas del XXI, como en cualquier pieza de Bradbury –recordemos que la obra es del 96. El peronismo en argentina, la dictadura chilena, las migraciones alemanas posteriores a la Segunda Guerra Mundial se entreveran con una crónica que posee sus propios poetas malditos, sus perseguidos, sus incomprendidos, sus impostores, sus mercenarios literarios, sus logias y hermandades.

Hay en esta historia de la literatura a falta de alusiones a la literatura canónica, una parodia intensa, implacable, plena de risa y desparpajo de los mundillos literarios, de los salones letrados, de los impostores de las letras, de los embusteros y pornógrafos, de los intereses de las editoriales, de los odios y tensiones entre autores y públicos. La literatura en esta pieza de genio y contención que encierra la estrategia de Los detectives salvajes se ha tornado caricatura de una caricatura, pues, per se, los autores reseñados son una negación de la literatura o una confirmación de su razón de ser por la vía de la crítica, como se evidencia en el capítulo dedicado a Juan Mendiluce Thompson (como todo tratado o historia de la literatura, ésta comprende un orden que incluye oficiales, precursores, héroes, malditos, outsiders, marginales, excepciones, visionarios, Juan Mendiluce es de los oficiales).

De Juan M. T. se afirma que escribió: “Luminosa Oscuridad, novela sobre el orden y el desorden, la justicia y la injusticia, Dios y el vacío.” (Bolaño, 1996, p. 27) No se puede tomar en broma este estilo, esta broma que alude al todo y a la nada, que irrespeta la seriedad del lector y sus expectativas. Allí donde espera una síntesis del texto aparece un burdo pleonasmo o una paradoja: una caricatura. Edelmiro Carazzone da a conocer un estudio crítico sobre la obra de Mendiluce que, para colmo, se titula Islas que se hunden: “Conversaciones entre personajes ambiguos y caóticas descripciones de un enjambre sin fin de ríos y de mares”, (sic.)

Como toda enciclopedia o historia de la literatura, ésta ofrece su epílogo, Epílogo para Monstruos en donde se adjunta una relación de algunos personajes citados a lo largo de la obra, una dura referencia al arte y, de paso, a la literatura: un compositor de piezas clásicas sobrevive gracias al tango: por extensión, ¿qué literatura habría que escribir para poder vivir de ella? Una poetisa No es gratuita esta referencia a la manera como la poetisa va a parar de vendedora, inclusión en el mercado capitalista o simplemente caricatura descarnada de toda ilusión poética. En la serie abundan la burla, el contraste, la yuxtaposición carnavalesca que obliga a leer entre líneas. Los monstruos, los escritores, los artistas, se hunden en un lo grotesco y el simulacro… De esta manera avanza esta enciclopedia, espejo del mundo de las letras, de las editoriales y de las revistas, no solo el que viviera Fonseca sino el que se destila hoy cuando el escritor para lograr serlo debe no solo escribir sino medrar en medio de toda una gama de terribles perversiones.

Anotaciones a pie de página

1. Zuckermann, personaje, narrador y a veces coprotagonista en las obras de Philip Roth. Mi vida como hombre, Zuckerman liberado, Deudas y dolores, La mancha humana. Zuckerman, biografía de un escritor en el seno de una sociedad pacata y adicta, enfrentado a la tiranías de ideologías racistas y xenófobas, al racismo, al macartismo político, a la doble moral que hace de la vida sexual y del erotismo un crimen público.

2. Recorriendo los rincones de la ciudad. Pienso en ese personaje de El cantor de Tango, de T. E. Martínez, que recorre los rincones de Buenos Aires con el pretexto de completar su tesis sobre los orígenes del tango. La trama ya no son las calles y las casas que habitó Borges, ni las alcantarillas que recorrió Fernando en Sobre héroes y tumbas y su informe de ciegos; la frase mon tour est dans ma chambre ha sido reemplazada ahora por ma chambre est une rue, une place, une quartier...

3. En La sombra castradora de San Garta Kundera plantea un término equivalente pero igualmente crítico a propósito del ejercicio de interpretación que intentara Max Brod en torno a la obra de Kafka, la invención de la kafkología. Esta consistiría en un ejercicio arbitrario de crítica biográfica que se apoya más en la lectura de los diarios, los papeles inéditos, las memorias, las cartas y los comentarios de los amigos del autor, que de la lectura de sus obras; una proeza que busca, perversamente, explicar la obra en un plano alegórico a partir de las experiencias biográficas; una exacerbación que niega la obra, su juego, su naturaleza en tanto obra de ficción, su levedad como ejercicio de la imaginación, su naturaleza como pieza de arte y que sume la obra en un abismo confesional.

4. El ejemplo más significativo de este fenómeno lo encontramos en uno de los relatos de Ficciones, El acercamiento al Almotasim, en donde Jorge Luis Borges elige reseñar una obra apócrifa de un autor inexistente. Un ejercicio similar sucede en Pálido fuego, de Vladimir Nabokov, en donde el narrador de la novela (sic.) es en realidad un crítico literario entregado a realizar la exégesis de un vasto poema, titulado Pálido fuego y en el cual no solo ve una interpretación alegórica de la existencia sino un conjunto de signos encriptados que encierran un texto confesional de su autor y la clave de la muerte del autor.


Referencias

FONSECA, Rubem. Diario de un libertino. Bogotá, Norma, 2003. Versión original, ed. Companhia das Letras, 2003.
FONSECA, Rubem. Grandes emocioines, pesamientos imperfectos. Bogotá, Norma, 2003. Versión original, ed. Companhia das Letras, 2003.
BOLAÑO, Roberto. La literatura nazi en América. Barcelona, Seix-Barral, 1996

Humberto Alexis Rodríguez es actualmente Profesor de Literatura y Coordinador del proyecto de Licenciatura en Humanidades y Lengua Castellana, en la Facultad de ciencias y Educación de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Correo electrónico: halexisrr@yahoo.es

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